martes, 26 de mayo de 2020

Desperta ferro

Un episodio que, al menos en mi opinión, parece metido ‘como con calzador’ en la ‘gran epopeya’ de la Historia de España (o sea, en la historia de la Reconquista), es el de los almogávares. Este vocablo proviene, evidentemente, del árabe, muchos dicen que de ‘al magawir’ (‘el atacante, el que provoca algaradas’), otros que de ‘al mujabir’ (‘el que trae noticias’). Veo más razonable lo primero, porque los orígenes parecen remontarse al siglo X, donde se mencionaba con ese nombre a pequeñas partidas de sarracenos dedicados al saqueo.
Pero ya a partir del siglo XI los almogávares se identifican como tropas mercenarias ‘cristianas’ al servicio (principalmente) del Reino de Aragón.

Y tuvieron, al parecer, cierto peso específico, por ejemplo sus cualidades e importancia para la guerra fueron citadas por el castellano rey Alfonso X el Sabio (segunda mitad del siglo XIII) en el título XXII de su libro de leyes ‘las Siete Partidas, identificándoles como tropas ligeras de infantería, muy apreciados como fuerzas de choque. Y estos almogávares, al parecer, no estando en campaña, vivían en bosques y montes, como organizaciones al margen. Eran, por tanto, claramente, partidas de mercenarios que campaban a sus anchas por nuestro convulso suelo patrio...

Por cierto, metidos en la historia de España, no confundirlos (es que yo, al menos, siempre me lío) con los almorávides, palabra que procede de ‘al murabit’ (‘el ermitaño’), que eran monjes-soldados sarracenos, que hoy tildaríamos de ‘integristas’, y que combatieron en España, con las huestes de Al Andalus, en los siglos XI y XII, cuando lo regía la dinastía de los almohades (de ‘al muwaḥḥidun’, ‘los que reconocen la unidad de Dios’). O sea, peleándose con 'nuestros' almogávares.

Así que este lío de los almohades, los almorávides y los almogávares forma parte de nuestra historia, entremezclándose con los reinados de León, Castilla, Navarra y Aragón entre, aproximadamente, 1050 y 1300.

A nuestros almogávares se les identifica, en general, como tropas mercenarias de fieros y rudos luchadores, cuyo grito de guerra era «Aur, aur... Desperta ferro» ('Escucha, escucha...Despierta, hierro'), que bramaban mientras hacían repicar las conteras de sus armas blancas contra el suelo haciendo saltar chispas contra las piedras. Otros gritos eran «¡Aragón, Aragón!» y «¡San Jorge!», que ya me parecen más ‘patrióticos’ (vamos, más ‘de aquí’, lo otro me recuerda a los espartanos de la película ‘los 300’)

Y lo curioso es que con ese 'cuasi-espartano’ ¡Aur, Aur... Desperta ferro! se recuerda al episodio con el que, más significativamente, pasaron a la historia. Que, además, ocurrió, precisamente, por aquellas tierras del oriente mediterráneo. Fue lo de la famosa ‘venganza catalana’, originada tras el asesinato de su caudillo, Roger de Flor (que por cierto, era un caballero templario, italiano, de Brindisi, un ‘señor de la guerra’, vamos) que, al mando de sus mercenarios almogávares, conquistó para el Reino de Aragón extensas áreas de Tracia, Macedonia, Grecia… entonces pertenecientes a Bizancio, y que hasta pretendió ser nombrado emperador de esas tierras conquistadas. Y fue, como digo, asesinado… y vengado.

El caso es que el recuerdo de aquella venganza ha llegando hasta nuestros días y en idioma búlgaro, griego, albano, etc, ‘katalani’ es sinónimo de hombre malvado, o es el peor de los insultos, e incluso se usa para asustar a los niños. Vamos, que debían ser una malas bestias.

Pues bien, todo este rollete de los almogávares, y su grito de guerra es para hablar de que ahora se empieza a hablar, en España, básicamente a partir de la aparición de Vox, del ‘despertar de la derecha’, y que, como se demuestra, como ejemplo, en las manifestaciones contra el gobierno social-comunista de Sánchez e Iglesias, y sus pactos con los separatistas radicales, han sabido movilizar a mucha gente 'de derechas', normalmente callada, que, en un  cambio radical, ha hecho que la calle haya dejado de ser, como sucedía hasta ahora, patrimonio de la izquierda.

Pero es evidente que esto, desgraciadamente, entraña un gran riesgo: el que, aunque esos miles de personas ‘de la derecha’ que inundan las calles, bandera española en mano sean, en general, ciudadanos pacíficos (aunque se les tache de ultras), la extrema izquierda, para quien la calle siempre fue suya, lo está tomando muy mal y ha habido, en estas últimas caceroladas y manifestaciones, aunque de momento sean casos aislados, algunas agresiones, o episodios inadmisibles como tirar clavos al paso de las caravanas de coches, e incluso anónimos disparos (de escopeta de perdigones, menos mal).

Y mi gran temor es a que vuelva a resurgir el grito de ¡Desperta ferro…!, no por 'malas bestias' sino por la famosa 'ira del justo', y las dos Españas se enfrenten, de nuevo, a golpes.

Y me preocupa que, aunque es muy claro que unos tienen pleno derecho a manifestarse pacíficamente, 'caceroleando' o gritando contra las políticas del gobierno actual y que los otros no son quien para, con su radicalismo agresivo y ‘supremacista’, enfrentarse a ellos y encender la mecha de batallas callejeras, el 'relato' que quede para la historia sea el que hagan sus (muchos) medios de comunicación afines sea el demagógico... ‘la extrema derecha golpista... ‘

Y no, amigo, no. El ‘desperta ferro’, de despertarse, no será por culpa de la derecha, que tiene derecho a exigir sus derechos, sino por el concepto totalitario y excluyente de la izquierda radical, que parece que está queriendo jugar a promover el enfrentamiento.

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