Hablábamos ayer… del nacimiento del castellano y su paso a ‘español’ con los Reyes Católicos y el descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo, al convertirse en el idioma vehicular de un pais ya unificado. Pero me había quedado en el siglo XIV, con el Infante Don Juan Manuel. Pues bien, prosigue el impulso del castellano, apareciendo, por ejemplo, Juan Ruiz, como exponente del lenguaje llano, y popular. (Tú, Señor é Dios mío, que el omne formeste/ enforma é ayuda á mí, tu açipreste./ Que pueda facer Libro de Buen Amor aqueste,/ que los cuerpos alegre é á las almas preste).
Por cierto curioso Libro... para escribirlo todo un Arcipreste (de Hita).
Y ya estamos en ‘il Quattrocento’, el comienzo del Renacimiento, y va apareciendo un humanismo culto, se promueve un castellano próximo al latín, bebiendo de fuentes clásicas, incluso helénicas, con autores como Juan de Mena, o Íñigo López de Mendoza y de la Vega, marqués de Santillana (¡Oh vos, Musas, qu'en Pernaso facedes habitación, allí do fizo Pegaso la fuente de perfección!…). Incluso, en cierto modo, el joven e innovador poeta Jorge Manrique (Nuestras vidas son los ríos/que van a dar en la mar/ qu’es el morir; /allí van los señoríos/, derechos a se acabar/ e consumir)
El resultado es que las otras lenguas romance hispánicas, y por supuesto el vascuence, van a quedar circunscritas a ambientes muy locales, y a ser consideradas de poco interés, incluso vulgares, incultas y obsoletas, y se impone, prevaleciendo de forma natural, el castellano.
Así las cosas, Antonio de Nebrija publica, en 1492, la primera Gramática Castellana, donde nuestro castellano se estructura y normaliza aún más. Es cuando, por ejemplo, se sustituye la ‘f’ por la ‘h’ aspirada (más adelante será muda), la ‘t’ final (‘verdat’) por ‘d’, se cambian algunas formas verbales, como ‘amades’ por amáis, ‘sodes’ por sois, aunque mantiene algunas otras características que luego desaparecerán, como la confusión de b/v, las sonoras z, -s- que se hacen sordas con ‘ç’, las g, j fuertes, que se ensordecen en ‘x’, etc.
Unificado nuestro pais con los Reyes Católicos (tras ser Hispania, y luego diversos Reinos, aunque ya hacia 1200 se mencionaba, genéricamente, ‘España’… ahora es cuando ya somos todos ‘España’), y con la conquista del Nuevo Mundo, todo el mundo se acoge al idioma 'español', como lengua de relación. Por cierto, y hasta los vascos y los catalanes, que tanto intervinieron en las conquistas y desarrollo de lo que empezó a ser, con su nieto Carlos I, medio siglo después, el gran Imperio Español.
A partir de aquí (siglos XVI y XVII, Renacimiento, Barroco…) aunque el latín sigue siendo usado en las universidades, y por el clero, las lenguas romance (y en nuestra España, ya el español) son imparables. Como nota curiosa, aunque la Iglesia apoyaba, en principio, las lenguas romance, el Concilio de Trento prohibe la lectura de libros sagrados traducidos a lengua popular. Pero, como digo, se reafirma, en cada nación, el propio idioma romance más desarrollado.
Y en estos siglos, desde 1500 a 1700, el español, por otro lado idioma de amplisimo uso en Europa, ya que estábamos en nuestro cenit como nación dominante, se fue consolidando aún más al enriquecerse con préstamos de otro idiomas. Copio casi literalmente y pego este párrafo: Al léxico español se incorporan galicismos (ocre, corcel, barricada, bayeta, brocha), italianismos (cortesano, novela, carnaval, terremoto, capricho, grotesco, galería, fantasía, asalto, emboscada aguantar, campeón, escopeta), lusismos (mermelada, caramelo, bandeja, mejillón, carambola), por el contacto que hay con estos países, y también palabras de las lenguas indígenas americanas (patata, chocolate, tiburón, huracán, Jauja).
Y hay un aspecto importante más: el lenguaje se convierte en el gran protagonista del siglo XVII y, además de potenciarse la comunicación con las nuevas incorporaciones, nuestos paisanos se interesan en aplicar en él todo tipo de recursos: metáforas, alegorías, juegos de palabras, antítesis, etc. prosperando enormemente. Estamos en el Siglo de Oro de nuestras Letras. Algunos autores (transmisores, ciertamente, del idioma) empiezan a escribir en lenguaje coloquial, ‘como lo que oyen’ (Cervantes, Lope de Vega…). Otros (Góngora, Calderón de la Barca, Tirso de Molina, incluso Quevedo…) se mantienen en el ‘cultismo’ propio del Barroco.
Y estamos, por tanto, en un nuevo impulso hacia la ‘corrección lingüistica’, se van fijando fonemas y modulando la lengua literaria, y, también, en menor grado, la lengua hablada, por el gran influjo de la imprenta y los libros, por un lado, y las representaciones escénicas, por otro. Se escriben tratados sobre la lengua: Diálogo de la lengua, de Juan de Valdés (h. 1536), Arte grande de la lengua española castellana, de Gonzalo de Correas (1625) y, sobre todo, el famoso libro de Sebastián de Cobarrubias, lexicógrafo, criptógrafo y capellán del rey Felipe II, titulado ‘El Tesoro de la Lengua castellana o española’.
El ‘Tesoro’, de Cobarrubias, de 1611, junto con la Gramática de Antonio de Lebrija (de 1492), y el futuro Diccionario de Autoridades de la Real Academia Española (hacia 1730) forman los tres pilares más importantes de la construcción del idioma español, que se afianza grandemente en estos dos siglos (el XVI y el XVII, o sea del 1500 al 1700, justo el periodo dinástico de ‘los Austria’) en que en el primero, gracias al oro americano, y a los reyes Carlos I y Felipe II, nos convertimos en la primera potencia occidental.
Pero me estoy enrollando demasiado, así que ‘to be continued…’ aunque vaya manera de meterme ‘en camisa de siete varas’… aunque el tema es apasionante. Pero es que yo solo soy ingeniero, caramba...
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