Pero, en mi caso, me parece que tengo un timbre peculiar, ya comenté más de una vez que, cuando trabajaba en Consulting y llamaba a ‘mis’ empresas, todas las telefonistas (por cierto, 'regla de oro' para que se te abran todas las puertas: saluda siempre por su nombre a telefonistas y secretarias…) me identificaban automáticamente.
A mi no me gusta, especialmente, cómo hablo (ni tampoco, mucho, mi ‘timbre’) así que, un día tonto, se me ocurrió buscar por internet cosas para ver cómo mejorar… y de ahí el título de esta entrada. Y descubrí que hay ‘coachs’ (así es como se llaman ahora los consultores personales) que te dan un cursillo magistral (sacando ‘el dedo de pontificar’, que siempre dije…) sobre como mejorar tu credibilidad, o tu potencial de persuasión, con la voz.
Y así he encontrado estas ideas-clave que pongo a continuación.
La primera, que hay que tener muy claro que la voz es el vehículo de la comunicación y si tratamos de persuadir, o convencer, lo haremos más fácilmente si nuestra voz es la más adecuada para ello.
Pero como la voz es un ‘patrimonio personal’, el tipo de ’voz convincente’ lo podrían tener, de forma natural, solo algunas personas (igual que puede haber guapos y feos…) de donde se concluye que, los que no, deberemos pensar en qué estrategias (sobre la voz) pueden permitir hacerla más convincente... y aplicarlas.
O sea, como en la belleza, pasar del concepto de ‘guapo’ o ‘feo’ al concepto de ‘resultón’.
Y hay varias caracteristicas importantes, a analizar y modular. Las principales parecen ser éstas:
La intensidad de la voz. Es la potencia con que transmitimos nuestras palabras. Hay gente cuya forma natural de hablar es ‘hablar bajito’, otros tienden a levantar excesivamente la voz, incluso aparenta que gritan…
Cuando tratemos de convencer a alguien, parece claro que no hay que hablar bajo, ni tampoco gritar: lo mejor es utilizar una voz con una intensidad media… pero a la vez que aparente ser enérgica (‘convencida… y convincente’). Para esto ayuda...
El tono y el timbre: son dos aspectos muy unidos, que el interlocutor percibe… y que le afecta en sus esquemas mentales de aceptación hacia quien le habla. Lo del tono está claro, la voz puede ser más o menos aguda o más o menos grave, y esto es cuestión de la longitud y vibración de las cuerdas vocales. Y el timbre (resultante) de voz no es más que ‘el tono pasado por la caja de resonancia, que es nuestra cara’. El tamaño de la nariz, la boca, la propia faz, el gesto... afecta a la voz, y esto crea ‘el timbre’, y da lugar a que haya gente con timbre cerrado (en extremo… hablar como por un canuto) o con timbre muy abierto (vocalizando excesivamente), pasando por hablar de nariz, etc, etc.
Pues bien, parece probado que se convence mejor usando un tono más bien grave y, pasado por el filtro del timbre, debe tenderse (sin exagerar) a timbre abierto, vo-ca-li-zan-do bien para que la voz resuene mejor.
Y otro aspecto muy importante sobre el tono es que se debe evitar la ‘monotonía’. Y su exceso, o sea la voz cantarina (sobre todo al terminar las frases). La 'regla de oro' es iniciar las frases en tono más alto y terminarlas en tono más bajo (grave). ¡Y no lo contrario…! Complementariamente, debe conocerse la importancia que tiene, para romper barreras, el saber hablar ‘con gesto sonreido’.
Pero la idea fundamental es saber que, tanto el tono como el timbre, se pueden ‘modular’, y perfeccionar, con entrenamiento. Así que, en resumen, todo esto se traduce, básicamente, en que tenemos que acostumbrarnos a mover bien los músculos de la boca. Incluso hay ‘profesionales’ que, antes de empezar un discurso... hasta ‘calientan’ esos músculos. Por ejemplo, metiendo 4 dedos en la boca y recitando las 5 vocales.
Finalmente, está la velocidad (en el sonido simple, se diría 'duración') Y es que no es lo mismo hablar lento, que hablar rápido. Pero viene una cuestión de fondo: ser lento se identifica con ser ponderado, sesudo, pero también con ser aburrido. Y ser rápido con ser alegre, animoso… pero también con ser ‘vendedor de humo’ (aparte de que pueden no entenderte bien). Y entonces… ¿Qué dará más credibilidad…?
Pues parece ser que el patrón más recomendado ‘para tratar de convencer’ (por ejemplo, en la docencia) es el de hablar a una velocidad ‘tendente a más rápida de lo normal’. Porque es la que mejor se identifica con el ‘dinamismo positivo’ (más inteligente, más extrovertido...). Pero ojo, sin pasarse, sin que el/los interlocutores perciban que habla rápido ‘como para salir del paso’.
Y hay otra 'regla de oro': que debemos saber cambiar de velocidad: lo fundamental, que debe ser breve, o conciso, hay que decirlo incluso algo lento, para recalcar su importancia. Y lo accesorio, o secundario, decirlo ‘tendiendo a ser algo rápido’ (como para hacer entender las ganas de llegar a introducir un nuevo concepto básico). Este contraste es el que hace que, en una interlocución larga, el oyente preste más atención, le ayuda a ir comprendiendo la argumentación… y a poder ser persuadido.
Y, para terminar, solo quedarían los matices coyunturales. Es decir (y es de perogrullo), que hay que tener siempre la suficiente sensibilidad para matizar tu voz según te muevas en una argumentación en entorno ‘triste’, que en una en entorno alegre. Deberemos usar una voz quizás más grave, incluso más lenta, si estamos argumentando para convencer sobre cómo se debe actuar para evitar el coronavirus en mayores de 70 años… pero desde luego no es como deberíamos impostar nuestra voz para convencer sobre el plan de un fin de semana en Disneylandia.
En resumen, este es el corolario: la voz es un factor decisivo, es el instrumento más importante que tenemos para, con la comunicación, tratar de persuadir, o al menos de dar credibilidad, y ser percibidos como fiables, en nuestra relación con otros.
Pero, por supuesto, si alguien te come el coco haciéndote pensar que las características (naturales) de tu voz son ampliamente perfectibles, y esto llega a preocuparte… tendrás que tener la suficiente fuerza de voluntad, y tesón, para dedicarte a ‘moldear tu voz’… o, simplemente, ‘dejarlo estar’, olvidarte del ‘coatching’, y de los asesores, que a lo mejor solo venden humo queriendo convencerte (normalmente cobrando) de cambiar solo un aspecto de tu ‘personalidad’, y pensar que el mundo te debe aceptar ‘en tu globalidad natural’, o sea como eres. Y punto pelota.
Que esa es otra, claro.
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