viernes, 4 de mayo de 2018

Silvia Pino

Silvia Pino Fernández tendría, ahora, 38 años. Una joven mujer, en plena madurez, posiblemente casada, incluso ya podría ser madre, y estar disfrutado del calor de sus hijos, de sus cariños, de acompañarles en sus primeros pasos por la vida… y sin duda habría imaginado cómo serían sus hijos con 12 años, con 20, a quien se parecerían, etc.

Pero Silvia Pino Fernandez nos dejó cuando aún tenía 7 años.

Así comenzaba, más o menos, ‘la imagen del día’, un comentario diario del periodista Luis del Val , a las 7:30, en la Cope, que ayer me impresionó.

Porque Silvia Pino Fernandez fue una de las víctimas del atentado de ETA a la Casa-Cuartel de Zaragoza del 11 de diciembre de 1987, donde murieron 11 personas, entre ellos los propios padres de Silvia. Y más niños: Silvia Ballarín, de 6 años, Rocío Capilla, de 12 y Esther y Miriam Barrera, gemelas, de 3 años.

Faltaban 15 días para Navidad. Sin duda en la familia Pino Fernandez ya se habría empezado a hablar de sus planes para esas fiestas. Muy posiblemente, a sus 7 años, Silvia estaría ilusionada con los regalos de Navidad, o de los Reyes Magos, que esperaba recibir. Y transmitida esa ilusión a su madre y a su padre.

Cuando se acostó aquella noche, revolotearían en su cabecita las experiencias de aquel día, los deberes que le habían puesto en el cole, el beso de buenas noches de sus padres, las esperanzas puestas en el nuevo día…
... Pero aquella maldita madrugada un coche-bomba con 250 kilos de gamonal las sesgó para siempre.

Ahora la banda terrorista ETA declara que se disuelve, que ‘pelillos a la mar’, sin una expresa petición de perdón, ni un atisbo de arrepentimiento, siempre supremacistas… y dejan atrás 850 muertos, muchos crímenes sin haberse esclarecido aún su autoría… que demasiadas cosas para que puedan olvidarse fácilmente.

Mi recuerdo, aquí, a estas víctimas inocentes, todas, como Silvia, con nombre y apellidos, a quienes la (mala) suerte quiso que se les atravesase en su camino un asesino… y les truncase la posibilidad de vivir, crecer y transmitir su cariño y herencia personal a su familia.

El destino es, a veces, muy cruel. No deja de ser un buen pensamiento el acordarse, día a día, de la suerte que tenemos por vivir. Que valoramos poco, por cotidiano, este tesoro de seguir disfrutando de la vida.

Yo espero que el avatar de toda esta gente que desaparece prematuramente siga presente dentro de su entorno familiar y cercano, disfrutando, siquiera desde otra dimensión, de lo que les ha robado el destino. Y, los que les sobreviven, de sentir, aún, su compañía.

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