viernes, 6 de abril de 2018

El futbol (VI) Los árbitros tarjeteros

Hace tiempo que no hablo de deportes, así que voy a hacer lo que me pide el cuerpo, tratar de ser racional, y poner otra pica en Flandes criticando las irracionalidades que campan por el llamado ‘deporte rey’… que hace que las masas griten desaforadas, que sea fuente de mucho solivianto, lo cual es entrar en terrenos peligrosos.

Y todo por culpa de las famosas ‘interpretaciones’ del reglamento… que en menuda historia se han metido los jerarcas del balompié con dejar al ‘juez único’ que ‘interprete’ la Norma. Así que hoy voy a hablar de los arbitros ‘tarjeteros’ y, de paso, de las propias tarjetas.

Si, esas cartulinas rojas y amarillas que esgrime el árbitro… muchas veces (en mi opinión) para satisfacer su prurito de protagonismo, e incluso su culto al propio ego tratando de demostrar, impartiendo, interpretativamente, la justicia, que es el que manda… que a quien me recuerda, con el gesto, es al ángel que expulsó del Paraíso a los pobres Adán y Eva, que solo habían catado un fruto del ‘definido como intocable’ Árbol del Bien y el Mal.

Y es que me parece que los criterios para sacar una tarjeta no están nada claros… y se peca en general, por exceso. Hay árbitros muy ‘tarjeteros’, se sacan muchas tarjetas amarillas, que parece que están muy baratas, y a menudo por dos tonterías intrascendentes te pueden expulsar, condicionando el partido, soliviantando al personal… y lo de siempre.

Y es que, para mi gusto, hay tres niveles de gravedad en una acción ‘presuntamente’ punible:
El primero, el de un acto (entrada, contacto...) ‘alevoso’, es decir una agresión clara. Esto, no tiene duda: tarjeta roja, y expulsión. Aunque yo sería más partidario de la expulsión temporal, digamos que unos 20 minutos, para enfriar ánimos.

El segundo nivel es el de ‘jugada peligrosa’: es decir, entrar a un contrario con intención de amedrentarlo, con los tacos por delante, y a una altura que cree riesgo de lesión, o braceando voluntariamente contra su cara, para apartarle, zancadillearle mientras corre... Bien, esto sería una típica tarjeta amarilla… siempre que la acción esté clara, que el cuento que le echan muchos jugadores, dejándose caer por un simple roce, o ni eso, o revolcarse de dolor y a los dos o tres minutos, conseguido el efecto deseado, correr, tan fresco, es vergonzoso… y es algo en lo que se debería actual ‘de oficio’

Y el tercero, los 'excesos circunstanciales'. Este es un nivel que actualmente también se castiga con tarjeta amarilla, y por tanto no se discrimina, y que son verdaderas tonterías y que en absoluto considero que se deban meter en el mismo saco que las anteriores. Son, por decirlo así, las acciones exentas de intención de hacer daño: una entrada fuerte que, aún recogiendo las piernas, arrollas al contrario, a lo mejor porque el campo está mojado, o cortar instintivamente el balón con la mano, o agarrar al contrario, entrar, o arrollar, por detrás, sin daño alguno, etc, etc son, claramente, mucho menos ‘maliciosas’ que las anteriores… pero la interpretación actual del reglamento las considera igual de punibles.
Y no, hombre, no, dejémonos de excesos arbitrales, falta normal, y en paz.

En una palabra, que lo de las tarjetas debería ser algo excepcional, estos árbitros que sacan, en un partido, 10, 12… tarjetas, son unos botarates que no saben imponer autoridad, y se escudan en la tarjetita para satisfacer su falta de calidad.

Se podría decir que, de no sacarse tarjeta en las faltas ‘por excesos circunstanciales’, podría haber una importante reiteración de estos...
Bueno, pues para esto estaría, a lo mejor, una ‘tarjetita azul’ que obligue a abandonar el campo 5 minutos, o diez, o la amarilla por reiteración, etc. Pero hombre, no condicionemos un partido por acumulación de esas tarjetas amarillas ‘tontas’, que son más producto de la natural fogosidad, o implicación en el partido, que de la mala intención.

Y, lo que me parecería mejor aún… olvídese de las suspensiones ‘por acumulación de tarjetas’ (incluso por las propias tarjetas rojas) que no deja de ser un fraude a las aficiones porque, administrativamente, se condiciona el éxito deportivo de un equipo… y penalícese, por ejemplo, con fuertes (y crecientes) sanciones económicas al club, o mejor a su entrenador… a ver si son capaces de promover el juego ‘viril, pero deportivo’.

Y educado, claro, que esta es otra.

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