La campaña, al parecer, quiere integrarse en un movimiento mundial, posíblemente ‘de género’ que en inglés de llama ‘manspreading’. Aunque aquí siempre se ha dicho que eso es ‘ir despatarrao’.
Lo primero que pienso es que ese despatarramiento, aparte de ocupar más espacio, y poder molestar a los vecinos de asiento, es un gesto basto, que habla más de la falta de educación del ‘macho’ que de su agresividad machista. Y, en este aspecto, los sesudos promotores de campañas de género podrían pensar más en promocionar la educación, y el respeto a los derechos del prójimo colindante… sobre todo cuando el medio de transporte, Metro, autobús… va lleno.
Pero que, desde luego, cuando uno está cansado, es un gesto muy común, y tonificante. Vamos, que lo de quedar un rato ‘repanchigao y despatarrao’, siquiera en la intimidad, suele ser mano de santo.
Lo que no se es qué van a legislar, si unas prohibiciones, unas multas… porque lo primero que se me ocurre pensar es si sería delito despatarrarse… con una toquilla, o chaqueta, o lo que sea, cubriendo púdicamente las rodillas. O, simplemente, si uno podría estar cómodamente despatarrado, si hay sitio suficiente... con la gabardina cerrada.
Pero me temo que los ínclitos políticos no quieren pensar en educación, sino en seguir ahondando en las ‘ideologías de género’ y dictaminar sobre lo que sea políticamente incorrecto… desde su particular punto de vista, claro.
Quiero decir que, si el gesto se condena porque puede entenderse como ‘microagresión machista’, básicamente de índole sexual… sensu contrario podríamos hacer una lista de otros gestos, también explícitamente agresivos, aportados por las féminas, o por los homosexuales, etc, etc... por no poner otros ejemplos, como el vestir, y el sometimiento sufrido por las mujeres islamistas, la explotación de niños por parte de etnias pedigüeñas que nos invaden… y más etcétera. Pero, no, eso no cuenta, claro, aquí vamos a ser puristas… solo en lo que nos interese.
En el fondo, yo sospecho que todo esto no es más que un producto de
- La falta de formación, valores, incluso cultura, de muchos de los políticos ‘aflorantes’ que nos hemos ganado tener.
- Su deseo de hacerse notar, al precio que sea (y, por supuesto, con ideas progretas, y rompedoras, claro). Y si eso permite distraer la atención hacia otras cosas más importantes… mejor que mejor.
- El sublime placer que se deriva de percibir que, desde sus puestos, se domina y se puede llegar a ‘reeducar’ al pueblo llano. Lo de la erótica del poder, vamos...
O sea, que estamos sufriendo el salpullido de las vivencias experimentales de la nueva clase política. A ver si cursa pronto hacia su remisión… y lo hace sin dejar cicatrices.
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