Debo decir que me cansa leer, leo básicamente ‘titulares’, pero este verano un cuñado mío, muy metido por el Opus, me regaló un libro del Papa Francisco, recomendándome encarecidamente que leyese particularmente el capítulo en el que se habla del matrimonio, e incluso que lo difundiese.
Yo no creo mucho en la Iglesia, ni soy practicante, ni incluso creyente en su sentido ‘clásico’, pero tengo un gran respeto a las prédicas de valores morales y éticos, sean de la religión que sean, y procuro cultivarlas, así que me interesó saber de qué iba el tema.
E iba (Amoris Laetitia, se titula el libro, o sea ‘la Alegría del Amor’) de unas reflexiones de cómo debería entenderse el amor en un matrimonio. Y me gustaron mucho los conceptos que se iban desgranando, y el llano lenguaje empleado para ello quizás porque, en el fondo, los ‘valores’ que hacía aflorar, eran muy simples: Hablamos de...
La paciencia, no para tolerar tratarnos como objetos, sino para evitar reaccionar con agresividad o ira cuando no se hace lo que uno quiera. En suma, admitiendo el entorno del otro.
La actitud de servicio, nunca confundida con el servilismo.
La falta de envidia, aceptando los logros o satisfacciones de tu pareja, aunque sean mayores que los que tu puedas conseguir en ese momento.
La falta de arrogancia, es decir, sin ansia de sentirse, o que te sientan, superior.
El practicar la amabilidad. El amor es sensibilidad, es saber cuando hay que hablar con cortesía, o mirar sin aspereza ni rigidez, o simplemente callar, para no herir la susceptibilidad de tu cónyuge.
El ser ‘desprendido’, esto es, saber ‘dar gratuita y desinteresadamente’, y hasta el final.
El evitar la violencia interior, es decir, sin estar a la defensiva, sino abierto a modular positivamente las discrepancias.
El perdón, no guardando rencores que acrecienten y arraiguen sentimientos de ira ante los pequeños fallos o desilusiones, que es probable que ocurran.
El alegrarse con el bien, o el éxito, del otro, no alegrándose secretamente de sus fallos o fracasos. Y exteriorizando esta alegría por un buen resultado.
Y, finalmente, disculpando, confiando, sabiendo esperar, y no desesperarse, y soportando juntos, y de forma positiva, todas las contrariedades.
En resumen ‘toda la vida, todo en común’
Y este listado de ‘valores básicos’ que aquí he resumido, me gustó. Parecen simples, pero tienen su enjundia. Y me apeteció reflejarlos en mi Blog, como una especie de recordatorio.
Por cierto, también tengo pendiente de leer (más bien ojear, lo digo sin ‘hache’ porque no lo tengo en papel, sino el formato electrónico… y es un tomazo) un hallazgo con el que me topé, que se llama ‘El Libro de Urantia’ (o ‘la Quinta Revelación’), que se proclama ‘escrito por criaturas celestiales’ ¡Entre 1922 y 1939...! y que al parecer tiene detrás hasta una Fundación.
Urantia es el nombre que dan a nuestro planeta, y es algo realmente muy curioso, fantasioso y denso, cuya sinopsis se puede consultar en la Wikipedia. Y me quedo con un concepto interesante que allí se explica: el de los tres grupos de entes:
los entes Existenciales (que no tienen ni principio ni fin),
los entes Experienciales (que tienen un principio, pero no tienen fin) y
los entes Creacionales (que tienen, temporalmente, un principio y fin, o sea ‘las criaturas finitas’).
Que también tiene su tela...
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