Me gusta (ma non troppo) la poesía. Me refiero a que hay poemas que son verdaderas perlas literarias, donde la consonancia fluye a un ritmo perfecto y es un deleite leerlos… aunque también debo admitir que hay otros muchos, básicamente las modernidades, que son un verdadero peñazo, tanto que muchas veces me da por pensar que la ‘rima libre’ no es más que un subterfugio para soltar cuatro paridas presuntamente poéticas.
De entre los versos agradables, me gustan, particularmente, por su sonoridad, los versos alejandrinos (dice la Wikipedia que estos versos constan de catorce sílabas métricas, y están conformados por dos hemisquitios de siete sílabas con acento en la sexta y decimotercera sílaba): “El recuerdo descansa, dormita, cabecea...".
Igualmente me encantan los viejos romances del Romancero popular, como aquel que decía... “Madrugaba el conde Olinos, mañanita de San Juan…"
Y los sonetos, que me parecen unas piezas muy bien montadas y rematadas, con sus (habituales) catorce versos endecasílabos agrupados en dos cuartetos y dos tercetos, para expresar una idea o un sesudo pensamiento.
Hoy leía en la prensa diaria un artículo el La Razón, de su columnista/escritora Angela Vallvey, que terminaba con un bellísimo soneto que no puedo menos que transcribir. Decía así:
Como el fasgo central de la pandurga
remurmucia la pínola plateca,
así el chungo del gran Perrontoreca
con la garcha cuesquina sapresturga
Diquelón, el sinfurcio, flamenurga
con carrucios de ardoz en la testeca
y en limpornia simplaque y con merleca
se amancoplan Segriz y Trampalurga
La chalema ni encurde ni arropija;
la redoncla ni enchufa ni escoriaza
y en chimplando en sus trepas la escondrija
con casconia ventral que encalambrija
dice la escartibuncia mermelaza:
“¡Qué inocentividad tan cuncurrija!”
Un magnífico alegato que sin duda haría suyo cualquiera de los políticos que estamos manteniendo...
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