domingo, 29 de noviembre de 2015

Nos vemos en el Cielo

Este es el título de un libro que acaba de salir, de dos periodistas, y su principal 'leit motiv' (según entendí, no lo he leido), se basa en la interacción entre las 'mascotas' con el ser humano y en la cada vez más probada teoría de que los animales, en general, tienen sentimientos y, aparte de expresarlos y ensimismarlos (siendo felices, sufriendo y padeciendo…) como cualquier ser humano, los pueden llegar a compartir.

Pero en realidad, lo que he leido/oido hace poco, y me ha impactado, es que parece demostrarse que los animales (todos) también 'tienen alma'… lo que nos lleva a la profunda reflexión de que el Hombre no es más que una especie animal a la que le hemos puesto ¡nosotros mismos! el apellido de 'racional'… pero que, basta ya de egocentrismos, no somos tan diferentes al resto de animales, y que lo único que nos separa sea, quizás, la capacidad de comunicación.

Excepto, como ejemplo más sencillo, con las mascotas domésticas. Porque aquí si que se llega a una comunicación absolutamente profunda. La que, debido al desarrollo de ciertas habilidades perceptivas de muchos animales, nos asombra con miles de ejemplos sublimes de localización de amo, de detección de riesgos, de fidelidad 'post-mortem', etc, etc.

Y por no hablar, respecto a la pretendida 'alma animal', de ejemplos de amor, incluso de dedicación maternal, hacia seres de otra especie, tigresas que amamantan corderillos y cosas de esas y hombre, por poner un clásico… Rómulo y Remo, o Mowgly… etc. Y un caso muy típico: de todos es conocido el odio entre perros y los gatos pero… ¿a que todo el mundo conoce alguna casa en la que ambos conviven muy pacíficamente, e incluso los gatos hacen toda clase de 'perrerías' a un perro que, muchas veces, le puede partir en dos de un solo bocado?

Pero vuelvo al título de la entrada. Yo conviví, hace mucho, con perros. Eran otros tiempos pero, cuando recogí a 'Bari' en la calle, y lo llevé a morir a casa, decidí que nunca más tendría un perro. 

Más recientemente conviví con gatos. Tuvimos el primero, que como de recién nacido (abandonado, al parecer, por su madre) creíamos que era hembra, le pusimos de nombre Magdalena… pero luego fue macho, y se quedó con Magdaleno, o Maggy. Un golfo, se escapaba de casa y era famoso en el barrio. Murió, posiblemente de una perforación intestinal, quizás algún veneno, a los 4 años. Le vimos irse yendo, nos rehuía (mejor, nos ocultaba su malestar), un (mal) veterinario no se lo pudo atajar, le pedimos que operase a vida o muerte… y ahí terminó. Le enterramos en el jardín de casa, con sus muñecos, envuelto en su 'mantita' favorita… y cuando cambiamos de casa desenterré su ataúd y le volvimos a enterrar en otro sitio.

Luego nos regalaron otro, un 'bebé' siamés que le llamamos 'Sustituto de Magdaleno' o sea, Chusty. A este lo capamos, y fue gato casero. Vivió con nosotros unos 12 años, tuvimos que sacrificarle por un cancer que, tras unos meses de tratamiento, llegó a semi-paralizarle… y se fue mientras le acariciábamos. Fue una experiencia inolvidable, y de gran paz espiritual, que creo que ya conté.

Ahora mi hija tiene otro: Gary. Le veo muy esporádicamente… pero cuando voy a su casa, siento que nos comunicamos cariño mutuo. Sobre todo después de que se perdió y estuvimos dos días buscándolo... hasta que, sano y salvo, apareció.

Lo malo de las mascotas es que nos llenan de alegría durante un periodo temporal relativamente corto, y les vemos nacer, crecer, compartir nuestras vidas, y morir… en pocos años. Y nos queda el recuerdo de esos años de comunicación. Porque lo tengo claro: los animales tienen alma. Son como nosotros.

Por eso quise crear una 'entrada' al Blog con el título del libro. Aunque deberían haberle puesto, quizás fuese problema de copyright, el de la vieja canción de Antonio Machín:
Espérame en el Cielo
(cariñito adorado)...

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