Había una vez un pais que, hace unos 50-60 años, empezó su desarrollo económico. Algunos llegaron a llamar a eso ‘el milagro español’ y, tras ese golpe de timón España empezó a industrializarse, a expandirse la actividad privada, a liberarse su economía, a crecer el turismo, y el sector terciario, a ajustarse el gasto público, a aumentar las reservas de divisas, a poblarse las ciudades, etc, etc.
Según Roberto Centeno, iconoclasta economista, un españolito que naciera entonces no solo nacía en un País sin deuda alguna sino que heredaba, puesto que los bienes de un Estado pertenecen a sus ciudadanos, un hermosísimo patrimonio: unas florecientes empresas (las que conformaban el INI, Instituto Nacional de Industria, y otras, las estratégicas, de titularidad pública), cerca del 55% del sistema financiero español (en poder de las Cajas de Ahorro, que pertenecían a las Diputaciones), un magnífico Sistema Nacional de Salud, un Sistema Público de Enseñanza calificado como el cuarto mejor de Europa, un excelente Sistema de Pensiones, un prácticamente nulo desempleo, etc, etc... de manera que ese españolito crecía en la seguridad de tener (e incluso poder elegir) trabajo y en la seguridad de que iba a vivir mejor que sus padres.
Pero la realidad actual es que los españolitos de ahora tenemos que responder de una Deuda del Estado de la que nos corresponden unos 40.000 euros ‘per capita’, o sea, unos 160.000 euracos 'per familiae', producto, en gran parte, de múltiples despilfarros, sin ningún patrimonio que lo sostenga, puesto que la mayoría de las empresas públicas han desaparecido, en muchos casos privatizadas a precio de saldo, y las Cajas de Ahorro borradas del mapa tras ser literalmente expoliadas por los políticos (y sindicalistas) que coparon sus cargos dirigentes. Además, la Sanidad y la Educación están en quiebra, las Pensiones semi-congeladas, y claramente amenazada su supervivencia, hay un enorme desempleo que costará años enderezar… y el presente de muchos españoles es el de pertenecer a un nicho de pobreza, el futuro es muy poco prometedor y todo hace pensar que los jóvenes vivirán peor que sus padres.
¿La culpa…? Pues yo no voy a perder mucho el tiempo en esto: la culpa es de la Transición. Vamos, la culpa es de haber dejado crecer la enorme hidra de la ‘clase política’ nacional, autonómica, municipal… un nuevo mundo de pícaros que descubrieron que España podía ser suya… y lo de que 'el dinero del estado no es de nadie, y el que venga detrás que arree’. Voy a ser franco (ojo, de sinceridad, franqueza…): la democracia nos ha hundido ya que el santo nombre de Libertad ha sido sustituido por el de Libertinaje… y así nos ha ido.
Y, lo que es peor, con una malvada maniobra complementaria: la de destruir la educación, llenar la vida de promesas demagógicas o de cantos de sirena… para comer el coco, aborregar a la gente y que se vote una opción determinada, y poder seguir agarrados a la teta… cuando no para que acudan nuevos mamoncillos ‘al olor de la sardina’.
Y esta selva (esta mierda, vamos) trae consigo los consabidas radicalizaciones por ese mal entendido concepto de lo que es la Libertad, el sálvese (o aprovéchese) quien pueda, las actitudes vergonzosas, al amparo del anonimato, que se ven en las redes sociales, etc, etc. En una palabra: la falta de respeto, la falta de ética, el que hayan desaparecido los ‘valores’, el que ya no hay ley que valga porque a poco que espabiles, o seas demagogo, o te ampares en alguna tendencia, o moda de pensamiento, te la puedes saltar…
Para qué seguir. Lo dicho: había una vez…
(pero no, un circo no: el circo es lo hay ahora). Y el problema no es otro que el de ver ‘quien y cómo se pone un cascabel a este gato’.
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