En mis (bastantes) años de dedicación profesional a la Consultoría, había un ámbito, en el área de Recursos Humanos, que se llamaba 'Calificación de Puestos de Trabajo'. Yo trabajé mucho en ello, y al final era uno de los 'jóvenes expertos' de mi empresa, que además era líder nacional en 'consulting'.
El asunto consistía en valorar los puestos de trabajo, para fijar sus niveles retributivos, no por la categoría profesional 'que se definiese o que tuviese el titular', sino por lo que exigía realmente el propio puesto, exigencias en las que intervenía no solo la formación profesional atribuible sino también otra serie de requerimientos y servidumbres concretos del puesto, que iban desde el esfuerzo físico y/o la penosidad habituales de sus tareas concretas, hasta la cultura general, experiencia o idiomas necesarios para desarrollarlas, las dotes de imaginación, perseverancia, iniciativa, relaciones con terceros, responsabilidades... etc, etc.
El asunto consistía en valorar los puestos de trabajo, para fijar sus niveles retributivos, no por la categoría profesional 'que se definiese o que tuviese el titular', sino por lo que exigía realmente el propio puesto, exigencias en las que intervenía no solo la formación profesional atribuible sino también otra serie de requerimientos y servidumbres concretos del puesto, que iban desde el esfuerzo físico y/o la penosidad habituales de sus tareas concretas, hasta la cultura general, experiencia o idiomas necesarios para desarrollarlas, las dotes de imaginación, perseverancia, iniciativa, relaciones con terceros, responsabilidades... etc, etc.
Era una forma de fijar las retribuciones (siempre, por supuesto, respetando los mínimos salariales de cada categoría) mucho más racional que la mera definición genérica de que 'este es un puesto de Especialista de Primera, este de Oficial, este de Auxiliar Administrativo, etc, etc... y café para todos.
Una de las 'capacidades mentales' que siempre me encantó es la que llamábamos 'Claridad de Espíritu' que se definía, simplemente, como la
'capacidad para saber decir, hacer, o decidir lo más adecuado'
(en las circunstancias que, normalmente, se puedan presentar durante el desempeño del trabajo, claro). Es, por decirlo así, el tener la cabeza en su sitio, y el saber actuar convenientemente en cada momento. Yo siempre he pensado que soy una persona con 'apreciable' claridad de espíritu. Pero con un déficit importante: que se hacer, o decidir, lo más adecuado... tras 'madurarlo'. Mi déficit es el 'repentizar'. Admiro, por ejemplo, a la gente que tiene siempre, en el instante preciso, la palabra o el comentario justo.
Y, lo que es peor... pienso que esto es un componente importante del éxito.
Y no me refiero solo al 'pim-pam-pum' de un debate dialéctico 'entre particulares' (que también), aunque sé que hay técnicas para forzar la victoria (por ejemplo, los 38 Principios de la Dialéctica Erística, de Arthur Schopenhauer es una asignatura que se estudia en círculos políticos) sino que, en la vida, percibo que gran parte del éxito se debe a tener un 'pico de oro'.
O sea, a tener la claridad de espíritu para saber decir, en cada caso, la frase adecuada: los políticos, en sus debates, basan su éxitos en esto. Los abogados (sobre todo los americanos, según vemos en las películas) 'camelan' al jurado con sus frases justas. Los líderes movilizan masas con precisas frases animadoras... Los titulares de los medios se basan, muchas veces, en una 'frase feliz'...
Y es curioso que nos condicione grandemente lo superficial, es decir la claridad de espíritu para decir algo 'en caliente', antes que la claridad de espíritu para elaborar un pensamiento maduro y racional para hacer o decidir lo más conveniente. Y la cosa, al parecer, funciona asi.
'porca miseria...'
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